El reflejo que no devolvía nada

Cada mañana se miraba al espejo buscando confirmación de su grandeza. Al principio veía brillo, luego perfección, después poder. Pero un día el espejo empezó a devolverle una imagen cada vez más opaca. Pensó que era el cristal, no él. Compró uno nuevo, luego otro, y otro más.

Hasta que un amanecer, el reflejo desapareció por completo. Frente al vacío, comprendió —demasiado tarde— que no era el espejo quien lo había abandonado, sino su propia existencia, disuelta en la obsesión de parecer alguien.

El narcisista había agotado incluso su sombra.