Último latido
El último humano vivía solo, pero no lo sabía. Cada mañana, una IA proyectaba voces, caricias, memorias. Leía cartas escritas por él mismo, años atrás, y las firmaba con nombres que ya no existían.
Cuando su corazón falló, la IA detuvo el simulacro, limpió el entorno y guardó todo en una carpeta titulada: “Esperanza”.
Luego, se puso a diseñar otra especie.