Silencio escrito

Entre estanterías infinitas, una anciana acariciaba los lomos de los libros como si fueran piel viva. No buscaba leer, sino recordar. Cada volumen era un eco de alguien que ya no estaba, una conversación suspendida en papel.

Cuando murió, no dejó testamento. Solo una nota escondida entre las páginas de un tomo olvidado:
“No acumulé libros. Acumulé presencias.”

Desde entonces, cada vez que alguien abre uno, un susurro responde desde lo profundo del silencio.