Raíz errante

Cuando cruzó la frontera, llevaba una foto arrugada, una semilla de su tierra y el nombre de su madre atado al cuello como un amuleto. Nadie lo esperaba, pero él esperaba todo. Aprendió a pronunciar palabras nuevas con la boca llena de pasado. En las noches, hablaba con las paredes, como si pudieran entender su nostalgia. Plantó la semilla en una maceta rota y, con el tiempo, floreció una flor que no conocía el idioma del exilio, pero sí el del recuerdo.

Cada vez que la regaba, se sentía menos extranjero.