El pozo sin nombre
Cada mañana despertaba bajo una sombra que no venía del sol.
No dolía, pero pesaba.
No gritaba, pero acallaba.
No golpeaba, pero lo tumbaba.
Los días pasaban como hojas en blanco que nadie se atrevía a escribir.
Y él, hundido en una especie de niebla sin dirección, aprendió a fingir que respiraba.
Hasta que un niño le dibujó una sonrisa en un papel.
Y ese trazo torpe fue, por un instante, más fuerte que la sombra.