Sucumbir

Al principio, solo era una palabra: sucumbir. La leyó en un libro viejo, entre páginas que olían a polvo y renuncia. Le pareció hermosa, como un susurro rendido al abismo. Desde entonces, comenzó a coleccionar derrotas: amores no dichos, oportunidades no tomadas, gestos retenidos.

No fue tristeza lo que lo habitó, sino una calma extraña, como si entendiera que no todo debe ganarse. Sucumbir, comprendió, no era rendirse: era aceptar que incluso en caer hay una forma de belleza.

Una noche, al cerrar los ojos, lo último que pensó fue: por fin.

Y sucumbió. Pero no al miedo. A la paz.