La última luz
Cada tarde, él se sentaba en el mismo banco del parque, donde solían encontrarse.
El viento traía ecos de risas pasadas, y los árboles, ya envejecidos, parecían inclinarse con respeto ante su memoria.
La nostalgia le apretaba el pecho, la melancolía se colaba entre los rayos dorados del atardecer.
Sin embargo, al mirar el cielo, aún sentía admiración por lo vivido, por lo que fue y no volverá.
Y al fin, una brisa suave le susurró lo que tanto necesitaba:
hay belleza también en dejar ir.