La jaula con vistas

Tenía de todo: casas en tres países, relojes que valían más que el salario de un año, coches que jamás conducía. Su agenda estaba llena, pero su alma, en pausa. Cada objeto exigía cuidado, presencia, atención. Cada posesión lo poseía un poco más.

Un día intentó salir sin nada, sin móvil, sin llaves, sin nombre. Pero al abrir la puerta, las alarmas de su sistema de seguridad se activaron, los seguros se bloquearon, y un asistente virtual le recordó sus citas del día.

Entonces lo entendió: no era dueño de su vida. Era el mayordomo de su propia jaula.

Y lo peor es que la jaula tenía vistas al mar.