Intruso
Entró sin romper nada, sin hacer ruido, sin pedir permiso. Nadie lo vio llegar. Primero ocupó un rincón, luego una frase, después un pensamiento entero. Cuando quise darme cuenta, ya respiraba a mi ritmo.
Intenté expulsarlo con argumentos, con excusas, con distracciones. No sirvió. El intruso no tenía cuerpo: tenía raíces. Y cada vez que lo ignoraba, crecía un poco más.
Solo cuando tuve el valor de mirarlo de frente entendí su origen. No había venido de fuera. Era la parte de mí que llevaba años llamando a la puerta y yo, obstinadamente, fingía no escuchar.