El habitante de la espera

El iluso caminaba convencido de que cada sombra lo saludaba y cada gesto escondía una promesa.
Sonreía a desconocidos, recogía hojas secas como si fueran cartas, y esperaba siempre la llegada de algo grande.
Un día comprendió, con un silencio pesado, que nada venía.
Pero ya era tarde: había aprendido a vivir de la espera.