La grieta

El dolor no llegó como un grito, sino como un susurro. Primero fue una grieta apenas visible en su rutina: el café que no supo a nada, la risa que no resonó. Luego, se abrió paso en sus costillas, en sus pensamientos, en los silencios que llenaban las habitaciones. No sangraba, no cojeaba, no suplicaba. Pero estaba roto. Y cada día fingía estar entero con la destreza de quien ya ha aprendido que el mundo no detiene su marcha por las almas que crujen por dentro.