El último repique

El reloj de pared, antiguo y solemne, marcaba las horas con una lentitud casi piadosa. En su mecedora, el anciano contaba los latidos del segundero como quien escucha el goteo final de un tejado tras la lluvia.

Había vivido tantas vidas en una sola que ya no distinguía entre recuerdo y sueño. A su alrededor, las fotos habían comenzado a desvanecerse, como si el tiempo quisiera borrar testigos antes de llevárselo.

Cuando el reloj dio las doce, sonrió. Sabía que no era mediodía. Era el último repique. Y con él, se levantó sin esfuerzo, como si la vejez solo hubiese sido un disfraz prestado por el tiempo.

La muerte lo esperaba en silencio. Él le ofreció su reloj. Ella, a cambio, le devolvió la eternidad.