La última taza

Cada mañana, él seguía poniendo dos tazas sobre la mesa, aunque sólo una se llenara.
La otra, vacía, era el eco de un café que compartieron durante años, antes del desamor.
Ella se fue con alguien que juraba ser su amigo.
Desde entonces, el azúcar sabe a traición, y el aroma del café le huele a nostalgia.
Pero nunca deja de prepararlo.
Porque a veces, perder a alguien es la única forma de no perderse a uno mismo.