El cartógrafo del abismo

Creyó haber comprendido el mar al memorizar sus nombres, sus corrientes y sus criaturas. Con un mapa incompleto y una brújula confiada, partió hacia el horizonte convencido de que el conocimiento era un faro suficiente.

Pero cuanto más avanzaba, más se desdibujaban los límites entre certeza y espejismo. Identificaba islas que no existían, ignoraba monstruos que lo observaban desde abajo. Cada trazo de su mapa se volvía una trampa, cada certeza una niebla.

Regresó —si es que regresó— diciendo que lo sabía todo. Pero hablaba en círculos, y sus ojos ya no buscaban la costa, sino un sentido que se le había escapado mientras creía estar dominándolo todo.

Había aprendido algo del océano, sí. Justo lo necesario para perderse mejor.