Ceniza viva
Durante años, le miró cada día sin hablarle, alimentando en silencio una hoguera que solo ardía por dentro.
El otro no lo supo nunca.
Murió tranquilo, sin saber que alguien había consagrado su vida a odiarlo.
Y entonces, él también murió un poco. Porque el odio sin objeto no se apaga: se queda, como una ceniza viva que ya no quema al otro… sino a uno mismo.
El otro no lo supo nunca.
Murió tranquilo, sin saber que alguien había consagrado su vida a odiarlo.
Y entonces, él también murió un poco. Porque el odio sin objeto no se apaga: se queda, como una ceniza viva que ya no quema al otro… sino a uno mismo.