El eco de lo que falta

Cada tarde, Sofía salía con una bolsa vacía y volvía con algo nuevo: una planta, una lámpara, un libro, un espejo antiguo. Su casa se llenaba de objetos como si cada uno tuviera la misión secreta de tapar un hueco invisible.

Una noche, el espejo le devolvió una imagen borrosa. No era su rostro, sino una figura hueca, casi translúcida, rodeada de cosas que no tocaban su alma.

Entonces comprendió: no hay adorno que llene el silencio que uno no quiere escuchar.

Y al fin, dejó la bolsa en casa. Vacía, como ella. Dispuesta, por primera vez, a mirarse por dentro.

 El último repique

El reloj de pared, antiguo y solemne, marcaba las horas con una lentitud casi piadosa. En su mecedora, el anciano contaba los latidos del segundero como quien escucha el goteo final de un tejado tras la lluvia.

Había vivido tantas vidas en una sola que ya no distinguía entre recuerdo y sueño. A su alrededor, las fotos habían comenzado a desvanecerse, como si el tiempo quisiera borrar testigos antes de llevárselo.

Cuando el reloj dio las doce, sonrió. Sabía que no era mediodía. Era el último repique. Y con él, se levantó sin esfuerzo, como si la vejez solo hubiese sido un disfraz prestado por el tiempo.

La muerte lo esperaba en silencio. Él le ofreció su reloj. Ella, a cambio, le devolvió la eternidad.

 El espejo roto

Construyó un templo de palabras sabias y lo llamó conocimiento. Cada vez que alguien dudaba, alzaba la voz y citaba fragmentos de libros que apenas comprendía.

Se miraba en el reflejo de su supuesta erudición como quien contempla un dios: con admiración y miedo a descubrir grietas.

Pero un día, un niño le preguntó algo simple, algo fuera del guion. Y en su silencio, el templo crujió.

No fue la ignorancia lo que lo derrumbó, sino la vanidad de creer que sabía lo suficiente para ocultarla.

La última luz

Cada tarde, él se sentaba en el mismo banco del parque, donde solían encontrarse.
El viento traía ecos de risas pasadas, y los árboles, ya envejecidos, parecían inclinarse con respeto ante su memoria.

La nostalgia le apretaba el pecho, la melancolía se colaba entre los rayos dorados del atardecer.
Sin embargo, al mirar el cielo, aún sentía admiración por lo vivido, por lo que fue y no volverá.

Y al fin, una brisa suave le susurró lo que tanto necesitaba:
hay belleza también en dejar ir.


El trueque

En un pueblo olvidado por los mapas, un anciano pobre ofrecía respuestas a cambio de preguntas difíciles.

Los ricos llegaban con oro, pero solo preguntaban por más oro.
Los sabios llegaban con libros, pero solo preguntaban por más teorías.

Un niño descalzo llegó un día y preguntó:
—¿Para qué sirve el talento si nadie lo escucha?

El anciano sonrió, se quitó el sombrero y se lo dio. Dentro había solo silencio... y la semilla de una idea.

Esa noche, el niño soñó una respuesta que ningún sabio pudo explicar, y ningún rico pudo comprar.

 El hilo invisible

Nadie la entendía. Era creativa, decía el informe escolar. Disruptiva, murmuraban los profesores. Conectiva, pensaba ella en secreto.

Mientras los demás seguían líneas rectas, ella tejía puentes invisibles entre ideas lejanas, unía pensamientos rotos, encajaba lo imposible como si el caos fuera un lenguaje.

Una tarde, sin avisar, su red de conexiones dio forma a algo nuevo. No fue un invento, ni una obra de arte. Fue una manera distinta de mirar. Y entonces, el mundo, por fin, parpadeó.

Porque lo verdaderamente disruptivo no destruye: revela.

 La última taza

Cada mañana, él seguía poniendo dos tazas sobre la mesa, aunque sólo una se llenara.
La otra, vacía, era el eco de un café que compartieron durante años, antes del desamor.
Ella se fue con alguien que juraba ser su amigo.
Desde entonces, el azúcar sabe a traición, y el aroma del café le huele a nostalgia.
Pero nunca deja de prepararlo.
Porque a veces, perder a alguien es la única forma de no perderse a uno mismo.

El todo soñado

Antes de nacer, soñaba con el todo. Al morir, entendí que ese sueño fue la vida.

 Soy

Amanecí en un mundo donde todos me conocían, pero yo no recordaba haber existido. Me miré al espejo: era yo. Me escuché: era yo. Pero en el fondo, sólo era ahora.


 Suicidio

Se disparó en la sien, por unos instantes se olvidó de todo.

 Efímero

Se creyó inmortal, pero encontramos restos en el desagüe de la ducha.

 Fe

Tanta era mi fe que me olvidé de vivir sin ella. Al final, me ahogué de tanto pedir.

 Espejos

Nací y crecí en un lugar sin espejos. Cuando por fin un día me vi, creí ver a otro y pasé de largo.

 Azar

Los pensamientos pensados vuelven a ser pensados hasta que, con el tiempo, el azar da con quién les de uso. Yo tuve esa suerte, aunque lo pensado era viejo y no pude usarlo.

 Paseos urbanos

Salí de casa sin motivo aparente ni objetivo. Regresé abrumado por tanto que encontré sin buscar.