El eco de lo que falta
Cada tarde, Sofía salía con una bolsa vacía y volvía con algo nuevo: una planta, una lámpara, un libro, un espejo antiguo. Su casa se llenaba de objetos como si cada uno tuviera la misión secreta de tapar un hueco invisible.
Una noche, el espejo le devolvió una imagen borrosa. No era su rostro, sino una figura hueca, casi translúcida, rodeada de cosas que no tocaban su alma.
Entonces comprendió: no hay adorno que llene el silencio que uno no quiere escuchar.
Y al fin, dejó la bolsa en casa. Vacía, como ella. Dispuesta, por primera vez, a mirarse por dentro.