El susurro no dicho
Cada día la veía sentarse en el banco frente al suyo, siempre a la misma hora, siempre con el mismo libro abierto. Él ensayaba palabras en silencio, como un actor que jamás sube al escenario. Pasaron semanas. Un día, ella no vino. Al siguiente tampoco. Y entonces entendió que la timidez no lo había protegido, solo lo había dejado solo con todo lo que no se atrevió a decir.